Nina Emocional: bailar en el borde del fin del mundo

Hay artistas que ven la música como un archivo emocional de su época, y Nina Emocional es una de ellas. Con un pie en Madrid y otro en Barcelona, su proyecto captura tanto sus paisajes personales como las tensiones generacionales: la ansiedad, la frustración, la resistencia y la necesidad de reconstrucción. Todo esto se encuentra en su nuevo disco, FDM.

8/25/2025

Nina Emocional: bailar en el borde del fin del mundo

Vivir en Barcelona y haber crecido en Madrid son dos pulsos culturales distintos. ¿Cómo dialogan esas dos ciudades dentro de tu trabajo?

Sí, soy madrileña, pero llevo ya cuatro años en Barcelona. Realmente estoy entre las dos ciudades porque mi familia está aquí en Madrid, y luego en Barcelona está mi casa y mi familia elegida. En Madrid tengo mi estudio con el sello, estoy mucho aquí para grabar los últimos temas, trabajar en directo, cosas más avanzadas. Y en trabajo de composición y producción, me voy a Barcelona. Entonces, estoy constantemente entre las dos, con conciertos, en el estudio… sigo bebiendo de ambas.

Tus referencias van más allá de lo musical: desde la estética visual hasta el cine o la literatura. ¿Qué disciplinas no musicales influyen más en tu sonido?

Totalmente. Me encanta el cine. Soy muy cinéfila desde una ex que tuve, que era montadora de cine, y me introdujo mucho en ese mundo. Me atrae todo lo visual, la estética, las imágenes. Ha influido mucho en mi música y en mi manera de expresarme. También el teatro. Mi formación profesional ha sido arte, performance y creación escénica. Me ha gustado desde siempre escribir, contar historias desde un punto de vista escénico.

Mi idea era llevar a escena una obra total donde entrasen la música, la danza, la escenografía, la luz, las visuales, el vestuario… como una obra de arte total. Escogí la música porque era el camino más fácil para llegar a hacer lo que quería: una fantasía en el escenario. A través de ella puedo desarrollar un mundo imaginario con mi estética y mi sonido. Así que sí, es interdisciplinar y con mucho impacto emocional.

Hay artistas que ven la música como un archivo emocional de su época, y Nina Emocional es una de ellas. Con un pie en Madrid y otro en Barcelona, su proyecto captura tanto sus paisajes personales como las tensiones generacionales: la ansiedad, la frustración, la resistencia y la necesidad de reconstrucción. Todo esto se encuentra en su nuevo disco, FDM.

FDM se presenta como un “fin del mundo” tanto personal como generacional. Es un álbum que transita desde la ansiedad hasta el baile, desde el colapso hasta la reconstrucción, con temas que van desde lo militante y lo oscuro hasta lo experimental. El resultado es un viaje que fusiona trip hop, hyperpop y reggaetón alterado.

En esta conversación, hablamos con ella sobre el proceso de FDM, su manera de entender la música y los caminos que podrían abrirse tras este “fin del mundo”.

Has descrito FDM como un disco para escuchar “en un acantilado”. ¿Hubo un momento en tu vida en que sentiste estar en ese borde literal o emocional?

Sí. He entendido que el fin del mundo sucede constantemente. Puede ser desde algo muy concreto, como perder un tren, hasta algo muy profundo. Entenderlo como un ciclo que se repite me relajó bastante. Pero empezó desde un lugar ansioso, una sensación física de que el mundo se iba a acabar. Esa sensación me hizo empezar a escribir canciones que hablaban de eso, y de ahí surgió el concepto del EP: mi fin del mundo personal. Para mí fue un momento en el que la inocencia se cae, ves las sombras, el momento de aparente calma que se rompe. Es como asomarse al acantilado, sentir el riesgo, ver lo que hay abajo.

Creo que como generación lo vivimos, también por el contexto socioeconómico y político. Es esa sensación de que todo es enorme, que no podemos cambiar nada. Toda esa frustración y energía acumulada.

Me siento muy identificado con lo que me dices porque me pasó...
Cada pista abre una puerta distinta: de lo onírico (Komura) a lo militante (KWIA) o lo oscuro (Vudú). ¿Cómo organizaste este recorrido para que tuviera coherencia emocional?

Con el tiempo he entendido que la coherencia ya está ahí de forma natural. Como yo me encargo de todo en el proyecto —composición, letras, producción, interpretación—, todo está atravesado por mi mirada y mi atención, así que la conexión emocional y estilística surge de manera intuitiva. Al principio me preocupaba mucho que las canciones fueran distintas entre sí, pero ahora veo que forman parte de un mismo periodo artístico. No pienso demasiado en “hacer que todo encaje”, sino que me dejo llevar; al final, las canciones dialogan entre sí y las letras se enlazan, porque todo nace desde la misma perspectiva creativa.

FDM tiene momentos que recuerdan al trip hop (666, 7), al hyperpop (OG) y al reggaetón alterado (Komura, KWIA), pero sin quedarse en ninguno. ¿Qué tan consciente fue esta fusión y qué parte surgió por instinto?

En este segundo proyecto, FDM, tuve bastante conciencia sobre los estilos musicales con los que quería experimentar. Me adentré mucho en el trip hop y también en ritmos latinos como el reggaetón, aunque siempre atravesados por el pop, que siento que es como mi género “madre”. Escuché muchos grupos, referencias y festivales en directo, y me impresionó cómo la música podía tener un poder más allá de lo emocional, incluso político.

Mi intención no era replicar un estilo, sino explorar y crear algo interesante a nivel musical. Cada canción era un reto: algunas surgieron de tutoriales de YouTube, otras de transformar audios en sintetizadores. Todo esto me llevó a desarrollar técnicas nuevas y a replantearme constantemente mi manera de producir.

Al final, el resultado es una mezcla consciente y lúdica de todo lo que me gusta y escucho, moviéndose entre distintas corrientes y posibilidades sin quedarme fija en una sola.

El disco juega con derrumbes y reconstrucciones, como si fueran edificios sonoros que se caen y vuelven a levantarse. ¿Hay una metáfora personal detrás de esta arquitectura?

Creo que básicamente es la sensación que he tenido a lo largo de todo el proceso de creación de este álbum.

Muchas piezas hablan de angustia, con un tono más duro, frustrado. Son las que compuse al inicio, cuando realmente me encontraba mal, me sentía perdida y experimentaba por primera vez la idea del “fin del mundo”. Todo eso quedó reflejado ahí. Con el tiempo, el trabajo fue girando hacia la aceptación. Pasé de ese miedo y esa frustración a un estado más abierto, que de repente me trajo el baile: ritmos más ligeros, más desenfadados, entendiendo que, bueno, si el fin del mundo viene, hay que disfrutar de lo que queda.

Ese arco emocional es lo que creo que se percibe al escuchar el disco: primero el derrumbe y, poco a poco, llegar al final, atravesando el mismo camino que yo viví durante ese año de trabajo.

Tu obra parece rechazar la neutralidad. ¿Cómo entiendes la responsabilidad política del artista en la era del algoritmo?

Bueno, creo que estamos entrando en un momento histórico para los artistas, en el que siento que ya no es posible decir “mi arte no es político” o “me desentiendo de esta mirada” o “no tengo una opinión sobre esto”. El hecho de callarnos también es una posición. Ya se lee como una postura o como un desentendimiento de una responsabilidad que, al final, también tenemos.

Creo que seas artista o no, es importante involucrarte, informarte, aprender y denunciar. Vivimos momentos complicados a nivel político en todo el mundo y hay una frustración muy grande. Las redes sociales han hecho mucho daño a la movilización política porque nos saturan con tantas cosas que sentimos que no podemos hacer nada. Yo defiendo que el activismo empieza en casa: con tus amigos, tu familia, tu barrio, tu vecina. Poco a poco, eso puede ir creciendo hacia fuera, pero la base está ahí.

¿Qué podemos esperar después de FDM?

Pues la verdad es que no tengo ni idea. Ahora mismo estoy procesando todo lo que ha pasado. El Sónar fue el momento de presentación del live y de todo eso en lo que trabajamos muchísimo.

Ahora lo que estoy haciendo es el after movie del show, y eso sí que lo veréis pronto. También puedo contar que habrá un documental sobre todo el proceso de FDM. Estoy trabajando con David Camarero, que es el director, y con Aïda Camprobí, periodista de Cataluña que ha escrito el guion.

A nivel musical, tengo ideas, obviamente, ya hay cosas rondando en la cabeza, pero las estoy condensando. Soy una persona que se toma pausas: por ejemplo, llevo sin producir o tocar de manera creativa —más allá de las clases— desde antes de Navidad. Ahora, en verano, estoy viviendo cosas para activar la creatividad y generar historias que luego pueda contar. No sé cuándo llegará ese momento en el que explote todo y salga ahí todo el vómito creativo, pero de momento estoy esperando a que pase.